
Honduras, ¿cómo acoge migrantes un país acostumbrado a expulsar a su gente?
Honduras
Honduras ha sido históricamente un país del que sus habitantes huyen. En los últimos años también se ha convertido en una sala de espera para los migrantes que huyen de regímenes como el venezolano y el cubano.
En el Paraíso, un departamento fronterizo con Nicaragua, las muestras de solidaridad de mediados de 2020, cuando empezó la ola migratoria, se ha convertido ahora en xenofobia de algunas autoridades y negocio para el crimen. Esta es la historia de qué ocurre cuando un país acostumbrado a expulsar migrantes tiene que acogerlos.
Por Jody García. Fotos: Oliver de Ros
Sin hospital, los habitantes de Ixcán tienen tres opciones para enfrentar la mayor crisis sanitaria mundial del último siglo: viajar cuatro horas hasta el hospital más cercano, ingresar en un centro de salud materno-infantil o pagar una clínica privada, en una comunidad donde más del 74% de la gente vive en pobreza. Daniel Cuyuch intentó las tres vías antes de morir.
Cuyuch, de 76 años, era conocido en Ixcán por atender la tienda El Almendro, ubicada bajo la sombra de un árbol del mismo nombre en una calle empedrada, y porque en 2003, junto a un grupo de vecinos, le dio a la comunidad uno de los primeros centros de educación media: el Instituto Normal Mixto Ciencia y Arte, en el que hoy estudian alrededor de 300 jóvenes. Cuando inició la pandemia, este hombre activo y amigable, permaneció detrás del mostrador de su negocio, que también era su casa, situado frente a una clínica privada de tres niveles. Hasta que en julio de 2020 se infectó.
Aquel mes en Guatemala los casos de covid-19 iban en aumento y los hospitales empezaban a colapsar. El estigma y la histeria colectiva también crecían: en otra zona del país un alcalde encerró con candado a una familia entera que estaba en cuarentena preventiva. Con ese contexto, cuentan sus sobrinas, sólo el círculo cercano de Daniel sabía que había enfermado.
En los primeros días con síntomas fue tratado en su casa con remedios naturales. Cuando su salud empeoró la familia cruzó la calle con él a cuestas para que fuera atendido en la clínica privada de enfrente. Daniel estuvo internado dos días hasta que los médicos reconocieron que no tenían el material necesario para estabilizarlo. Salió de allí más enfermo y con una deuda de más de 1,000 dólares — el salario mínimo mensual en Guatemala es de 383 dólares. Sus familiares lo llevaron entonces al Caimi, el único centro de salud pública del pueblo, donde se había habilitado un ala para atender pacientes de covid-19 que no contaba con una separación entre casos positivos y sospechosos; donde no había papel para secarse las manos y se utilizaban toallas de tela; en el que las camillas no podían ser desinfectadas porque eran de algodón. El edificio tenía tantas grietas que durante la época de lluvias se infiltró el agua y provocó cortocircuitos. En el centro tampoco había ni medicinas ni oxígeno suficiente para atender a Daniel.
El mes en el que Daniel Cuyuch ingresó en el Caimi, el presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, visitó Ixcán para inaugurar los trabajos de reparación de un puente. La población aprovechó para manifestarse y exigir que continuara la construcción del hospital, algo que el mandatario había prometido durante su campaña electoral. El presidente se volvió a comprometer: dijo que esa era una de las metas de su gobierno y que se estaban agilizando las gestiones para retomar la obra. Sin embargo, no pasó nada. Un mes antes el personal médico del centro había firmado un comunicado pidiendo al Ministerio de Salud mascarillas KN95, más médicos y enfermeros, y una ambulancia exclusiva para trasladar a los pacientes graves. No les hicieron caso. En septiembre de 2021, la Red de Organizaciones de Mujeres de Ixcán viajó a la Ciudad de Guatemala a pedirle al Congreso que intermediara para que el Ministerio de Salud continuara con el proyecto. Ni en el Congreso ni el gobierno atendieron sus peticiones.
Ante el olvido del Estado, la última opción para Daniel Cuyuch era ingresar en el hospital más cercano, en Cobán, Alta Verapaz. Daniel fue trasladado en una de las tres “ambulancias” de Ixcán, vehículos tipo pickup que fueron adaptados con un techo, cuatro paredes y pintura blanca para que parezcan una. Estas unidades no cuentan con los insumos necesarios para atender una emergencia, mucho menos de covid-19. Cuando están ocupadas, los vecinos se organizan para ayudarse entre ellos. La Procuraduría de los Derechos Humanos documentó que la Dirección de Área de Salud de Ixcán solo cuenta con un “listado de personas particulares que prestan el servicio de traslado de pacientes” bajo un costo. En las supuestas ambulancias, los pacientes son trasladados en la palangana del pickup porque tampoco hay camillas. “Adentro ni siquiera cabe un tanque de oxígeno”, cuenta Mildred Diéguez, una bombero voluntaria que viaja junto a un piloto en uno de los tres vehículos.
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